Ir al contenido principal

Sigue a Zanamentes y recibe en forma gratuita todas las novedades en tu correo electrónico

Lic. Agustín Sartuqui

Pensar y nombrar lo que nos incomoda

Como ser auténtico aceptando lo que somos

 

Una propuesta para nada sencilla es aceptarse en el sinfín de situaciones que nos atraviesan día a día. Las contradicciones internas se nos aparecen como un desgarramiento que deja a cielo abierto nuestras heridas y vulnerabilidades. La dificultad reposa en que vivenciamos parte de lo propio como algo ajeno que nos incomoda; algo que odiamos y contra lo cual combatimos resguardados en la trinchera de nuestra parte “buena”. En consecuencia, deseamos con todas nuestras fuerzas que ese escollo desaparezca para mostrarnos seguros y coherentes en los ámbitos que frecuentamos.

En este contexto, cuando nos encontramos con algo propio que nos enoja y no queremos ver, solemos depositar en el otro nuestras incomodidades e inseguridades. Este acto es una forma de negar lo que estamos atravesando para proyectarlo en los demás. En otras palabras, sea cual sea el hecho que estemos viviendo, buscamos un chivo expiatorio para salvar nuestro honor, y así dormir con la conciencia “libre de todo mal”.

Depositar en el otro lo que no queremos percibir en nuestro interior, nos da una sensación de calma pasajera. Es algo así como esconder la suciedad debajo de la alfombra, haciendo de cuenta que la casa se ve limpia cuando en realidad no lo está. Esto no resuelve la cuestión de fondo,  y por eso las preguntas esenciales resurgen una y otra vez con una fuerza arrasadora: ¿Qué mirada tenemos sobre nosotros mismos frente a los demás? ¿Nos sentimos a gusto con las cosas que hacemos y decimos en nuestro entorno social?

Mirar hacia adentro es una decisión que requiere esfuerzo. Desde ya que es incómodo encontrarnos con aspectos propios que nos disgustan, y más aún tomar la decisión de mirarlos de frente, analizarlos y darles una “vuelta de tuerca”. En este sentido, la psicoterapia es la opción que nos posibilita un espacio de intimidad para ser escuchados más allá de lo que decimos. Este acto es llevado a cabo por un profesional de la salud mental que nos devuelve de una manera distinta las palabras que le enviamos, a los efectos de pensar y nombrar lo que nos incomoda. A su vez, esto nos brinda la posibilidad de tener en cuenta la raíz inconsciente de nuestra aversión, con sus implicancias en nosotros y en nuestro contexto vincular inmediato. 

En esto también entra en juego ver qué podemos hacer al respecto. Por eso mismo, afirmamos que la terapia es un espacio de responsabilidad personal donde nos hacemos cargo de aquello que nos pasa y de lo que podemos cambiar en nosotros.   

El primer paso es detectar aquello que nos afecta; luego, afrontarlo y mirarlo cara a cara para poder elaborarlo. En otros casos, simplemente se trata de aceptarnos con todos los matices que le dan un color único a nuestra forma de ser. Aceptar que no somos perfectos siendo que, en nuestro lado “agradable”, también habita esa herida narcisista que nos hace humanos y no dioses. Con esas imperfecciones podemos mirarnos de otra forma, sabiendo que nuestros defectos también nos hacen únicos e irrepetibles. Y quizás, desde esta postura de aceptación, podemos aportar ese condimento que le da sabor un sabor especial a nuestra presencia en el mundo: nuestro mundo y el de los demás.

Esto quizás implique replantearnos aquellos vínculos donde mantenemos una relación “tóxica”. Evaluar si es necesario repensar con quién y cómo nos vinculamos, tal vez represente un punto de inflexión para cerrar vínculos que no nos hacen bien. En última instancia, conocer, aceptar y hasta mostrar nuestros defectos, nos da la tranquilidad de ser recibidos sin la necesidad de colocarnos una máscara que recubra la verdad de nuestro ser; una verdad que se escabulle como el agua en nuestras manos, pero que podemos reconocerla cuando la palpamos y sentimos la pureza de su autenticidad. Así, en la tendencia natural de nuestra razón para dar una respuesta acabada sobre todo lo que nos pasa, podemos contestar con la incerteza de lo que no comprendemos y que, sin embargo, aceptamos y amamos.

Vivir quejándonos de la “mala suerte” – como si la vida nos debiese algo –  es permanecer en la amargura de la espera pasiva, sin tomar las riendas de nuestra existencia. En cambio, disfrutar del “mientras tanto”, del proceso, es estar inmersos en la profundidad de nuestro deseo independientemente de los resultados. Arrojar los dados de nuestro destino, en un juego de azar que nos sume en la adrenalina, es animarnos a emprender una nueva aventura: la de conquistar nuestra aceptación.  

Los saluda,


Lic. Agustín Sartuqui


Comentarios

Entradas populares de este blog

Decisiones arriesgadas

Llegan esas instancias en las cuales sentimos que, por fuera, nos está yendo “muy bien”. Sin embargo, en nuestro fuero interno cargamos con esa sensación de no estar cómodos con lo que hacemos. Nos vemos reflejados desde una perspectiva que nos deja en la posición de “prestados”, haciendo por inercia lo que nos piden y sin proyectos que alimenten nuestros anhelos más profundos. Es en ese preciso instante que nos vemos en la necesidad de conquistar un lugar desde el cual podamos aportar algo de nuestro talento en aquello que nos rodea. “¿Estás seguro/a?”, “No desperdicies esta oportunidad”, “pensalo bien porque te vas a arrepentir”, “¿por qué te vas si estás cómodo/a?”. Éstas y otras frases forman parte de un conglomerado de palabras que suelen salir de quienes nos imponen sus propias limitaciones. Tomar decisiones arriesgadas, nos da la libertad y la iniciativa para elegir frente a las circunstancias del azar. Por supuesto, es un acto que tiene sus consecuencias; asumirlas, es parte de

Dejarnos interpelar por lo que emerge

En el continuo ejercicio de la técnica humana, solemos olvidar que estamos sujetos a las iniciativas, proyectos e ideas que sobrepasan lo que la rutina nos demanda. En el instante en que acusamos recibo de nuestro deseo, adviene a nuestro ser esa necesidad imperiosa de salirnos de la caja mental que nos moldea, abriendo otros caminos que le dan paso a nuestra singularidad. Trascender lo cotidiano, es crear nuevos mundos con el afán de alojar ese excedente de vida que nos hace vibrar, y que nos mueve a actuar con determinación en los tiempos de crisis. En ese contexto, no sería sorpresivo que los espacios de siempre nos queden chicos, y que necesitemos ampliar nuestro campo perceptual para mirar más allá en la geografía de nuestro mundo interior. “Salirnos de la caja”, es también dejar la seguridad de lo conocido y aceptar esa cuota de incertidumbre que todo cambio acarrea. Al tomar esta decisión, estaremos abiertos para disfrutar de un proceso que se hace placentero en sí, y cuyo resul

Encontrar un equilibrio inestable

En esta sociedad de la inmediatez y la exigencia constante, son muchos los vectores que apuntan en nuestra dirección y nos demandan una respuesta que excede nuestra capacidad de resolución inmediata. Caminamos sobre una línea delgada entre la perfección y el fracaso, sin tener en cuenta que en el intermedio existen alternativas que nos ubican en un equilibrio inestable, de esos que necesitan de un continuo movimiento para mantenernos de pie. Parar la pelota y reflexionar sobre lo que nos pasa, es ubicar las cosas en su lugar. Dentro de este lugar que nos arrasa, hacernos un espacio es imprescindible. Si bien tal acto tiene sus costos, cuanto más lo demoremos, más fuertemente aparecerá esa pregunta que nos invita al cambio de sitio. Lo hará en forma intempestiva y cobrándose los intereses que nos demanda el paso del tiempo.  Por otro lado, no se trata de estar sólo a la defensiva. También podemos visualizar nuestro futuro, por más que el pasado y el presente nos inviten a lo contrario.