En la prisa de los tiempos que corren, nos pesa cada vez más el yugo de la puntualidad. Estamos inmersos en una cultura capturada por lo virtual, donde los dispositivos de última generación nos envían notificaciones que demandan la disciplina y el hábito del deber-ser-a-tiempo. En el mar de la precisión, navegamos en un presente continuo y a merced de una corriente horaria que señala la dirección de un inexorable destino. Este tiempo mensurable, objetivo y preciso, sucede en un encadenamiento de instantes cargados de actualidad. La relación lineal de causa y efecto, le imprime un sesgo racional-explicativo a lo que nos acontece. Es así que un “ahora” reemplaza a otro, siendo el pasado lo que explica el presente, y el presente lo que causa el futuro. Un fiel reflejo del avasallamiento cronometrado, lo encontramos en preguntas como éstas: ¿Para cuándo el hijo? ¿Qué esperas para cambiar de trabajo? ¿Cuándo te vas a recibir? Y la lista podría ser tan larga como nuestra imaginación. F