Los “errores” son un trago difícil de digerir. Nos ubican en una sensación de vulnerabilidad que contrasta con lo que reflejamos en el espejo de los ideales; esa identidad que construimos basándonos en interpretaciones de las vivencias que nos atraviesan. Sabemos muy bien que no es fácil reponerse cuando lo real hiere nuestra fibra más sensible, aquella alrededor de la cual erigimos una coraza para permitirnos vivir la cotidianeidad con cierta estabilidad emocional.
¿Nos preguntamos si aquello que se derrumba es de algún modo algo que tenía que caer? ¿Una oportunidad para reconstruirnos de una forma más auténtica en acuerdo con nuestro deseo? La tentación de escapar a esta pregunta y refugiarnos en lo conocido es muy fuerte. Es así que, como un acto reflejo, nos urge la necesidad de revestirnos con aquello que nos da seguridad.
Si miramos las “derrotas” como una oportunidad, existen muchas variables que se prestan a un replanteo radical. En primer lugar, podemos evaluar si queremos manejarnos con la lógica de lo conveniente, de lo que nos va bien porque aleja nuestros problemas y nos posiciona en un lugar seguro. Luego, es posible que nos preguntemos si en verdad queremos cambiar, si hay algo que nos hace “ruido” a la hora de, por ejemplo, pensar en nuestra vocación como un don a ser puesto en el barro de lo terrenal, con todas las implicancias que eso tiene. Relaciones, hábitos, actitudes, pensamientos, actividades. Muchas son las cosas que exteriorizan un modo de ser y estar en el mundo que nos resultan obsoletas y que tenemos que replantearnos desde lo profundo para no tropezar varias veces con la misma piedra.
En esta instancia nos podemos preguntar: “¿para qué tanto lío? No tengo tiempo ni ganas de complicarme la vida con tanto barullo”. La respuesta quizás la encontremos una vez que recojamos los frutos de emprender ese tránsito hacia lo desconocido; a lo que nos da miles de motivos para no dejar pasar de largo las revanchas que nos da la vida. En un punto más cercano y menos palpable en cuanto a metas concretas, la respuesta será simplemente jugar con nuestra mente, ejercitando alternativas desde la imaginación. A través de ella ejercitamos nuestro músculo de la creatividad, promoviendo un interjuego de ideas que, asociadas, nos revelan otros mundos posibles.
Volviendo a los “errores” que desinflan nuestro ego, no viene mal de vez en cuando encontrarnos con lo que nos frustra y nos limita en nuestro afán de omnipotencia. Presentemos como una victoria esa oportunidad de hacer un recorrido desde el enojo por lo que “nos pasa” hacia las causales de un porqué que supera el consejo de la vanidad. Buscar y poner en palabras ese porqué con un profesional que nos escucha, nos ayuda a descifrar esas pasiones que, de otro modo, nos pueden movilizar hacia una “autodestrucción oscura”.
Separando lo que nos sirve de lo que no, lo que nos compete y aquello que escapa de nuestra esfera de acción, podremos apropiarnos de los fragmentos de nuestro yo herido para construir sobre suelo firme una morada de lenguaje que nos aloje. Una morada con nuevas combinaciones que irradien significancias inéditas para nuestra realidad.
De este modo, nos aferraremos al cambio, a lo que nos convoca a crecer y a evolucionar. “Casarnos” con una imagen de lo que creemos ser, sería desaprovechar las oportunidades que la vida nos ofrece para continuar este viaje con liviandad, con soltura; sin esas cargas innecesarias que nos hemos impuesto a costa de sacrificar nuestro bienestar.
Los saluda,
Lic. Agustín Sartuqui
Justo, uno tiene que replantearse todos esos errores o esas caídas que no le dejan avanzar. Un abrazo.
ResponderEliminarExelente...muy buena relexion
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