No existe nada permanente a excepción del cambio. Es una verdad que ya los griegos habían advertido con Heráclito, quien hizo célebre la frase “nadie se baña en el mismo río dos veces”. El acto de pensarnos en forma constante es un ejercicio que se conquista en la actitud de mirarnos sin prejuicios, examinando cada rincón de nuestro ser en aras de salir de los enredos y hacer frente a los desafíos que la vida nos presenta. Esta aventura hacia la conquista de una reflexión radical, tan de la mano con la actitud filosófica del pensador griego, se inicia allí donde abandonamos el saber estático e inmutable. En otras palabras, esa imagen de lo que creemos ser a priori para dar lugar a lo que nos sorprende y nos permite construir nuestra verdad a posteriori. Una verdad arrasadora que rompa con los estereotipos que nos impiden evolucionar y dar lo que está a nuestro alcance en cualquier circunstancia y sin los tapujos de la autocensura.
En este contexto, ¿Cómo podemos ejercitar la imaginación en los momentos difíciles? Justamente, olvidándonos de la pasividad que nos cierra los caminos que abre el pensar. Así, podremos librarnos de las cadenas invisibles que coartan nuestra sed de aventura, de nuevos sitios que alojen nuestra verdad. Siempre tenemos un margen de libertad en nuestro accionar para sentir esa bocanada de aire que oxigena cada una de nuestras células en los momentos de chatura y sin-sentido.
Pensar que las huellas del pasado no repercuten en el presente es una ilusión. El pasado está, así como también nuestra manera de re-narrarlo para asimilarlo a nuestra historia. Leer y descifrar el devenir de nuestra historia, es entonces la clave que nos servirá para catapultar ese relato hacia horizontes de una realidad posible.
De nuestras posibilidades, la muerte es la única ineludible. Aceptar la muerte como parte de la vida, es pensar nuestra biografía como un libro abierto que sólo adquirirá un sentido cabal el día en que se escriba el último capítulo de nuestra historia. Sabemos que la historia terminará en algún momento. Sin embargo, el modo de pensar ese final es el que nos da la capacidad de inventiva para escribir los capítulos intermedios.
El modo en que concebimos la muerte, es entonces la manera y el valor con el cual transitamos la vida. Siendo auténticos en cada momento, alejándonos de lo banal y de las tradiciones que, impolutas, se repiten lejos de la realidad que se abre ante nuestros ojos. No esperemos la muerte de la misma manera en que nos vio nacer, y conectémonos con la esencia más significativa, aquella que desde su abstracción se materializa en los actos que nos redefinen constantemente.
¿Para qué maquillarnos? ¿por qué adornar en el exterior lo que no podemos lograr en lo profundo? El maquillaje es efímero, no soluciona nada. Sólo nos da una sensación pasajera e inauténtica de ser y presentarnos frente a los demás. Por el contrario, el pensamiento radical que se propone, profundiza la conexión con nuestro interior que fluye sin cesar. Ese río en el que Heráclito se bañaba una sola vez.
Los saluda,
Lic. Agustín Sartuqui
Los saluda,
Lic. Agustín Sartuqui
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