En el continuo ejercicio de la técnica humana, solemos olvidar que estamos sujetos a las iniciativas, proyectos e ideas que sobrepasan lo que la rutina nos demanda. En el instante en que acusamos recibo de nuestro deseo, adviene a nuestro ser esa necesidad imperiosa de salirnos de la caja mental que nos moldea, abriendo otros caminos que le dan paso a nuestra singularidad. Trascender lo cotidiano, es crear nuevos mundos con el afán de alojar ese excedente de vida que nos hace vibrar, y que nos mueve a actuar con determinación en los tiempos de crisis.
En ese contexto, no sería sorpresivo que los espacios de siempre nos queden chicos, y que necesitemos ampliar nuestro campo perceptual para mirar más allá en la geografía de nuestro mundo interior. “Salirnos de la caja”, es también dejar la seguridad de lo conocido y aceptar esa cuota de incertidumbre que todo cambio acarrea. Al tomar esta decisión, estaremos abiertos para disfrutar de un proceso que se hace placentero en sí, y cuyo resultado nos mueve a redoblar la apuesta, independientemente de cuál sea el desenlace de ese trayecto emprendido.
No importa en qué lugar nos encontremos, siempre es bueno volver al fundamento de nuestra sustancia, es decir, de aquello que cimienta nuestra esencia y nos mantiene con la avidez de salir de nuestra zona de confort. Será necesario, entonces, “parar la pelota” y hacer el ejercicio de dejarnos interpelar por lo que emerge cuando cerramos los ojos y hacemos un silencio interior. Allí, paradójicamente, nos conectamos con esa “fuente de energía” que nos invita a escuchar con atención el llamado de nuestro deseo, aferrándonos a la certidumbre de un proceso que, paradójicamente, no sabemos cómo terminará. Es una certeza que atraviesa la dimensión de lo conceptual, ya que estrecha sus lazos más con la intuición que con la razón.
De todos modos, aunque no sepamos cuál es el contenido de lo que buscamos, encontraremos la convicción de estar envueltos en un proceso que nos hace únicos y nos va sanando con el solo hecho de transitarlo; actitud que se encuentra en las antípodas de lo que encaja en aquello que nos resulta esperable. Es, también, una forma de abordar la vida que excede el “pensamiento calculador” que, por inercia, nos lleva a una forma de pensar automática que apunta más al resultado que al despliegue de nuestro lado más auténtico; allí donde lo conveniente calla para dar lugar a nuestra verdad.
Lamentablemente, suelen ser pocos los momentos de ocio que tenemos en el día a día. Las actividades que llenan nuestra agenda de tinta, suelen demandarnos más tiempo y esfuerzo del que estamos dispuestos a ofrecer. Sin embargo, podemos usar las agujas que nos marcan el compás del tiempo como elementos punzantes que traspasan la superficie de lo racional. Es así que entramos en sintonía con nuestras profundidades, dejándonos sorprender por lo que se queda cuando nos vaciamos de las cargas inservibles que otrora nos introducían en un tiempo anodino y con escasez de novedades.
Es sencillo decirlo. No obstante, la dificultad radica en encontrar un espacio propio en medio de tanto prejuicio que va y viene. Allí es donde se halla gran parte nuestro desafío, en vaciarnos de los prejuicios que nos dividen y de los cuales nos apropiamos como si fuesen nuestros al momento de juzgar a los demás. A partir de entonces, emergerá una figura nítida sobre un fondo caótico y difuso; una figura que nos distingue y que nos dará un motivo sobrado para ser protagonistas de un film en alta definición.
En resumen, nuestra decisión se debate entre dos polos: por un lado, ser actores de reparto interpretando un guión ajeno; por el otro, tomar el papel principal en una trama tejida por nuestra voluntad de ser, animándonos a cada vez más sin echar de menos aquello que sobra en el set de filmación.
Los saluda,
Lic. Agustín Sartuqui
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